Nacida hace exactamente un siglo en Budapest, Keleti acumuló diez medallas bajo los cinco aros, cinco de ellas de oro, así como tres mundiales y una decena de títulos nacionales, pero todos después de que su trayectoria estuviera a punto de frustrarse por la Segunda Guerra Mundial.
Relata el diario Marca que por su condición de judía se le prohibió practicar su deporte en 1941 y perdió en los campos de concentración nazis a su padre y otros familiares.
Se salvó de la deportación al casarse con otro gimnasta de su país y luego cambió de identidad con la documentación de una joven cristiana, e incluso llegó a trabajar en el servicio doméstico de un alto oficial alemán.
Sus éxitos llegaron después del conflicto bélico, cuando a la edad de 30 años consiguió sus primeras preseas bajo los cincos aros en la cita de Helsinki 1952.
Ya en Londres 1948 había recibido la plata por equipos, aunque no pudo competir debido a una lesión, por lo que su salto al Olimpo se produjo cuatro años después, con una dorada, otra plateada y dos bronceadas.
Sin embargo, fueron los Juegos de Melbourne 1956 los que la vieron brillar de verdad. En la cita australiana arrasó con cuatro metales áureos y dos de plata para inscribir su nombre para siempre en la historia del olimpismo.
Una vez terminada su carrera como deportista activa, Keleti emigró a Israel en 1957, donde se casó, tuvo dos hijos y se estableció como instructora en su nuevo país.
Muchos años después, en el 2002, fue incluida en el Salón de la Fama de la Gimnasia, ocasión en la que expresó su desacuerdo con el rumbo que había seguido ese deporte.
‘Se exige demasiado, las gimnastas son auténticas profesionales y nadie se preocupa por su salud, hay que entrenarse, pero preservando la salud’, denunció Keleti, según rememora la publicación española.
Desde el 2016, cuando tenía 95 años, se convirtió en la campeona olímpica viviente de más edad.
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